… un enjambre de periodistas tomaba fotos parecidas a ésta en un lugar muy parecido al paraíso. El lugar era la zona desmilitarizada del Caguán y el año era 2001. En medio de una tenue llovizna y de un revuelo de fierros e impresionantes medidas de seguridad, llegaban a dialogar con los altos mandos militares y del gobierno nacional los miembros del Secretariado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. O simplemente, las FARC-EP. Los capos, los intocables. Los que nunca iban a morirse, porque nadie había podido - en años - matarlos. Ni nadie se atrevía, siquiera, a soñarlo.
La foto que recorrió el mundo (tomada por un compañero del diario El Tiempo) muestra, desde la izquierda, a Guillermo León Sáenz Vargas (alias “Alfonso Cano”), Pedro Antonio Marín ("Manuel Marulanda" o "Tirofijo", fundador y por entonces máximo comandante de las FARC) y a Víctor Julio Suárez Rojas ("Mono Jojoy"). Llegaban triunfantes, con la sonrisa tranquila de los vencedores.
Aún no sabían que, en pocos años, caería Luis Edgar Devía Silva ("Raúl Reyes") en aquel polémico raid que Álvaro Uribe ordenó en territorio ecuatoriano. Ni que Manuel de Jesús Muñoz Ortiz ("Iván Ríos") sería asesinado por su propio jefe de seguridad. Ni que el propio "Tirofijo" se iría por un paro cardiaco en algún lugar de la selva colombiana, el 26 de marzo de 2008. Ni que el "Mono Jojoy" le seguiría, tras una operación coordinada interfuerzas.
Recordé esta foto anteayer, porque yo estuve ahí. La noticia de la muerte de “Alfonso Cano”, comandante de las FARC desde la muerte de Marulanda, me la trajo de vuelta desde el oscuro fondo de los recuerdos que se creen olvidados. Recuerdos que mezclan mis inicios en el periodismo, una capacidad de asombro mucho mayor a la que tengo hoy y una época de dolores y alegrías en extremo que colorearon mi vida como nada.
Una muerte no puede ser nunca causa de alegría, al menos para la gente bien nacida. Pero algunas abren, a su pesar, nuevos horizontes. Como para que la tierra que amo como si hubiera nacido en ella pueda, por fin, comenzar a pensar que la paz es posible en todo su territorio. Y si bien queda mucha injusticia por erradicar en Colombia, es el comienzo de una nueva esperanza. La esperanza de un futuro sin asesinos, ni de izquierda ni de derecha. Porque ni el hambre, ni la opresión, ni las balas, tienen ideología.