No es Batman, el “hombre murciélago” que - desde las sombras de la siempre oscura Ciudad Gótica - trepa a los edificios para combatir a estrafalarios y lunáticos forajidos. Tampoco es Súperman, el volador personaje proveniente del lejano planeta Kryptón, que neutraliza a los enemigos del bien con su fuerza descomunal y su visión de rayos láser. Mucho menos Spiderman, el “hombre araña” que - como Tarzán en liana - combate al mal desde una especie original de alpinismo urbano, viajando por los techos de una ciudad azotada por maleantes.
Nuestro super-héroe es diferente: no vuela, no trepa por los edificios, no sale de una oscura cueva en un tremendo auto que bate récords de velocidad y resistencia, no tiene una fuerza arrasadora. Tampoco tiene súper-visión, pero la compensa con un súper-olfato para detectar las necesidades no satisfechas de la gente… necesidades que él, como buen super-héroe, se ofrecerá a solucionar.
Él es un super-héroe distinto. Y si bien no actúa solamente en nuestro país, es precisamente en Paraguay donde él “se halla”, se siente como pez en el agua. Tal vez porque en los países donde las instituciones funcionan bien y la gente tiene hábitos positivos a nivel de cultura y ciudadanía, él no tendría trabajo… las personas no tendrían necesidad de que él interviniera tan seguido como en nuestra tierra, que parece haberse hecho a su medida. Tan paraguayo como el tereré y tan autóctono como la chipa, nuestro súper-héroe hasta forma parte de nuestras tradiciones cotidianas.
Le gustan los uniformes. Mucho. Tan es así, que usa varios: Usted lo verá un día vestido de agente de la Policía Caminera, otro día de inspector municipal de tránsito, otro día como miembro de nuestra injustamente mal ponderada Policía Nacional. Y, por supuesto, muchas veces aparecerá caracterizado como miembro de las Fuerzas Armadas. Pero como sus delicadas labores le exigen no limitar su vestuario, nuestro súper-héroe también puede caer, de golpe, con un chaleco de la Aduana o como miembro del staff de la Contraloría General de la República. Y en ocasiones, como otros super-héroes, hasta llega a disfrazarse de periodista.
Nuestro super-héroe no se hace dramas por las ideologías o los colores partidarios: puede ser colorado, liberal o patriaqueridista, aunque últimamente viene demostrando cierta preferencia por los membretes de los partidos de izquierda. Sin haberlo leído, concuerda con Francis Fukuyama en que las ideologías ya se murieron pero pueden usarse para lograr ciertos objetivos. Y los objetivos de nuestro amigo, como buen super-héroe que es, nunca son mezquinos. Para él, al menos.
Como buen super-héroe, el nuestro quiere ayudar a la gente. Rara vez esto será compatible con el estricto cumplimiento de las leyes y los preceptos universales de la justicia, pero esto no le hará mella: él sabe perfectamente cómo subordinar los medios a los fines. Él ayudará a la gente, liberándola de las pesadas obligaciones que la burocracia estatal en todos los niveles impone; “aceitando” tramitaciones engorrosas que ponen freno al desarrollo del país; disminuyendo los costos que el ciudadano común debería abonar en conceptos de multas, patentes, costas, infracciones o reparaciones… la lista es larga y no limitativa a nuestro exiguo espacio. Nuestro super-héroe se ofrecerá gentilmente a ayudar a quienes hayan caído en la momentánea desgracia de tener que afrontar esas desagradables situaciones: él será rápido y eficiente, pidiendo a cambio tan sólo una módica suma en metálico… muy inferior a lo que el ciudadano en cuestión debería abonarle a un Estado corrupto y excluyente, que le exige mucho y bien y que le da poco y mal. Él será quien corrija esta deficiencia estructural, inmoral, opresiva y desgastante.
Él nunca descansa: hasta en los últimos grandes festejos patrios hizo acto de presencia, prestando sus invalorables servicios en diversas instancias de la organización. Por todo lo mencionado y más, en estos tiempos en los que celebramos los 200 años de nuestra mayor gesta libertaria, queremos brindarle su merecido reconocimiento. Él ha hecho, y continúa haciendo, un inestimable aporte para que el Paraguay sea como es. En gran parte de estos 2 siglos de vida independiente, él ha estado presente… y quiere seguirlo estando. Por eso, de corazón, le decimos a voz en cuello… ¡Feliz Bicentenario, Coiman!
Duele decirlo pero hay que decirlo, uno de los tantos pecados capitales del paraguayo es el pokare(mano torcida).buenísima la propuesta publicada.
ResponderEliminarSi bien no es un pecado capital exclusivamente paraguayo, es en esta tierra en donde le dimos status de cultura.Muchas gracias por tu opinión...
ResponderEliminarEs tu tierra natal o la que adopto tu corazón?
ResponderEliminarHola, María Luisa. ¿A cuál te referís?
Eliminar