... ¡y qué delantera!
aquel año Boca salió campeón,
en la Bombonera.
Ninguna bostera se puede quejar
aunque le sobre razón, si
pinta remeras con el corazón
y con las caderas.
Le toca a Palermo tocar el balón,
“la doce” se altera,
le toca al gallego tocar este son…
para una bostera,
el año que Boca salió campeón,
en la Bombonera. (“Dieguitos y Mafaldas”, Joaquín Sabina)
Carlos Bianchi, quien fuera su técnico, lo definió una vez como “el optimista del gol”. Desde los años ´90, fue el sumo sacerdote de ese exorcismo que espanta a los demonios de la mufa en las tardes de domingo: de cabeza, con la zurda o con “la de palo”, daba lo mismo. Siempre iba adentro. Y desataba la locura en las gradas. Él siempre estaba ahí, a las puertas del arco, acechando. Todos creíamos que era él quien buscaba la pelota... el tiempo nos terminó demostrando que era “la de cuero” la que lo buscaba a él. Muchos dijeron que era un tronco… él, a fuerza de goles, mostró de qué madera estaba hecho.
El loco, el titán, el gladiador, Alto Palermo, San Palermo… con cualquier apodo y con su metro 87 de altura, era imparable para cualquier defensa. Empezó de chico, en su querido Estudiantes, chocando con su clásico rival (Gimnasia y Esgrima) en peleados partidos donde se destacaban en las filas contrarias unos mellicitos que entonces lo odiaban y hoy lo quieren. Debutó en Primera en el ´92. Después, tuvo un discreto paso por España.
“Y aplaudan..." Las estadísticas dicen que, en partidos oficiales locales e internacionales, mojó 236 veces. Con Boca, ganó 6 seis títulos nacionales (2 torneos Apertura y 4 Clausura) y 8 internacionales (2 Libertadores, una Intercontinental, 2 Sudamericanas y 3 Recopas). Es el máximo artillero en la historia del club, superando el récord que Roberto Cherro mantuvo por más de 7 décadas. Fue, junto al “mellizo” Guillermo Barros Schelotto, el temido verdugo de River. Y con él, "Romy" Riquelme, Clemente Rodríguez, "el flaco" Schiavi, mi coterráneo Burdisso, "el Pepe" Basualdo, "el vasco" Arruabarrena y los colombianos Vargas, Córdoba, "el patrón" Bermúdez y "Chicho" Serna entre otros, conformó tal vez el equipo más efectivo en la rica historia del fútbol argentino: no sólo ganaron todo, también le arrebataron el récord histórico de juegos invictos al glorioso Racing de los ´60. Y sin expulsados.
“… y aplaudan...” Pese a ser resistido por los hinchas de Gimnasia y River, clasificó a la selección argentina para el último Mundial, con su recordado gol a Perú bajo la lluvia… y Maradona lo llevó a Sudáfrica. Lo que empezó como homenaje, acabó siendo necesidad: en el cerradísimo partido contra Grecia, “el 10” sólo le dio una instrucción: “entrá y metéla”. Y entró y la metió.
"... no dejen de aplaudir..." Aprendió de su padre, sindicalista de una empresa del Estado, la importancia de luchar siempre. Supo de descensos. Supo de técnicos que lo despreciaron, como aquél que le dijo que “sólo servía para cortar el pasto”. Supo de transferencias frustradas. Supo de no jugar y querer hacerlo. Supo de errar 3 penales en un mismo partido, en aquella fatídica noche luqueña de la Copa América paraguaya, en la que entró al Libro Guiness por un récord que nadie quiere tener. Supo de campañas mediocres. Supo de separaciones de pareja. Supo del dolor infinito de perder a un hijo.
"... los goles de Palermo..." Y también supo poner de rodillas a “los galácticos” del Real Madrid (“el mejor equipo del siglo 20”, según la FIFA), haciéndole a Casillas 2 goles en 6 minutos. Con sus conversiones siempre decisivas, fue determinante en la mejor época internacional del más internacional de los clubes argentinos. Y siempre - pero siempre - arrancó una sonrisa de quienes lo veían: por su forma de festejar los goles, por sus cortes de pelo, por sus locuras, por su carácter espontáneo y fresco. Hasta cuando ligaba una roja: más de una vez, lo insultamos por hacerse echar… pero muchas veces - muchísimas más - dimos gracias al cielo porque “el loco” jugaba para nosotros.
"... que ya van a venir" Nunca fue exquisito, siempre fue contundente. Y, pese a lo que dijeron muchos mediocres metidos a críticos, en la mayoría de sus goles tuvo una precisión casi quirúrgica. ¿O qué fue el recordado gol a Independiente desde mitad de cancha? ¿O el cabezazo contra Vélez desde 40 metros? ¿O el 3 a cero colocado al palo de Bonano, que eliminó a River de la Libertadores 2000, en tiempo de descuento y cuando volvía de estar 6 meses parado por rotura de ligamentos?
Este hombre, nacido el 7 de noviembre de 1973 en La Plata como Martín Palermo, fue el máximo goleador en actividad, el mayor anotador en torneos cortos y uno de los 5 grandes artilleros de la Primera División del fútbol argentino, con 227 goles. Sumando los amistosos, marcó 306 goles en 627 partidos (incluidos 9 para la selección), de todos los colores y desde todas las posiciones, a casi todos los equipos que enfrentó. Batió todos los récords, soportó todos los agravios, bancó todas las silbatinas, absorbió todas las lesiones, perdió afectos… y siempre - pero siempre - regresó a responder como mejor sabía: enviando “la de cuero” al fondo de la red. Y enseñó a propios y extraños que en la vida, como en el fútbol, si uno cae es para volver a levantarse.
Ayer se retiró. |